¡Sálvese quien pueda!
Este 22 de noviembre, nos vuelve a sacudir una nueva variante del corononavirus, bautizada como ómicrom. Debido a sus numerosas mutaciones, posee una gran capacidad de contagio, sorteando de manera magistral las defensas del cuerpo, tanto las naturales como las generadas por las vacunas.
Después de un tiempo de calma, envueltos en una atmosfera casi maniaca, en que el Covid había sido casi desterrado de nuestro imaginario, de pronto vuelve a re-aparecer y nos hace aterrizar, una vez más. En este doble discurso y doble hacer, uno podría pensar que las mascarillas las llevábamos porque nos venían bien para protegernos del frio (ya sabemos que Zaragoza como clima tiene lo suyo). Porque curiosamente en lugares masificados, parece que hacía demasiado calor, ya que prescindíamos de ellas. No voy a mencionar lugares ni grupos de edades, creo que si somos honestos (que no es lo que más nos caracteriza) casi todos nos hemos soltado la melena y pensado que estaba vez sí que era la buena, vacunados e inmunes, ya habíamos vuelto a la “normalidad” tan anhelada.
Pero de nuevo la realidad nos demuestra la poca capacidad que tenemos las personas para aprender, haciendo gala de lo que Sigmund Freud ya denominó como “compulsión a la repetición”, ese impulso de repetir actos, pensamientos, fantasías y situaciones a pesar del sufrimiento que producen. Recuerdo cuando estábamos confinados, todos aplaudiendo en los balcones, con la libertad física coartada pero con nuestros mejores deseos en el aire. Reflexionábamos sobre lo relativo y efímero de la vida, el valor de la humanidad y de pronto, “iluminados” tuvimos tiempo de mirar el planeta. Tomar contacto de como arrasábamos nuestra tierra, pareciendo que no vivimos en ella. ¡Cuánta paradoja!
Pasó el confinamiento, también el tiempo y asimilamos bastante poco. Hoy oigo las noticias, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera “muy elevado” el riesgo global, con la nueva variante ómicrom. Los distintos países, comisiones y organizaciones, se ponen en movimiento, reuniones urgentes, cierres de fronteras, anuncios precipitados de envíos de vacunas, etc. De nuevo ese juego de malabares tan peligroso, entre salud y economía, entre valores humanos e intereses implícitos, entre mundos de primera, de segunda y hasta de tercera, entre ricos, pobre e invisibles.
Y yo me pregunto: ¿Qué no hemos entendido de global? ¿De qué esto del coronavirus es a nivel mundial? Tal vez creemos que podemos cerrar la puerta a lo(s) que nos recuerda(n) sufrimiento, pero que cuando la abramos no nos sacudirá en toda la cara. Podemos ponerles bonitas palabras, acciones edulcoradas ahora que se acerca la Navidad y alardear de buena voluntad con aquellos que están lejos, ¡pobrecitos!, porque no nos tocan ni nuestras ropas de marca ni nuestros corazones acorazados. Pero ¿qué pasa cuando nos tenemos que posicionar, conmovidos, porque el roce nos contagiara? Aquí cambia, el enemigo se hace de nuevo presente. Y cada uno nos protegemos en nuestro caparazón, individualmente, como comunidades, países y mundos. Tristemente volvemos al mismo lema, que nadie dice, pero tan bien sabemos poner en práctica ¡Sálvese quien pueda!
Claro que tenemos que cuidar (nos), respetar la distancia social, llevar mascarilla, adaptarnos a las restricciones necesarias aunque no nos gusten, cumplir protocolos de movilidad y de accesos a territorios, sean los que sean. Pero hasta que no podamos vencer nuestra mirada miope, interesada y prejuiciosa, poco tenemos que hacer en la lucha del covid. Y mucho menos, contra un virus más letal, que nos corroe sin ser conscientes de ello… la deshumanización.
Elisa Peinado-Psicóloga en Zaragoza
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