Orígenes
Volvemos a los orígenes,
a aquellos lugares
que nos vieron nacer y crecer.
Ya no son los mismos, ni nosotros tampoco.
Como los muebles de la casa,
cuando nos vamos de vacaciones
y una capa de polvo los cubre,
parece invisible,
pero es posar un dedo
y la diferencia de nuestra huella, resalta.
Rememoramos con nostalgia,
los olores cotidianos,
las personas que nos arroparon,
las calles, los juegos, las sonoras risas
y también los dolores, a veces, amargos.
Con la perspectiva de los años y de lo sentido,
de casi toda una vida,
tanto que parece otra y no la tuya.
Hasta que permaneces un poco más
que una visita adecuada,
te aflojas las defensas férreas
y vas descubriendo la silueta tan conocida,
de los árboles de tu rio, el de la infancia.
¡Qué se había desvanecido en tu recuerdo!
Tampoco me acordaba del sonido del silencio,
ni de esa calma, a veces, rota
por tractores a lo lejos, en el campo,
o la campana de la torre, marcando las horas.
Te sorprendes disfrutando del sol en el jardín,
mientras piensas en las vueltas que damos
a lo largo de nuestra existencia.
En la adolescencia, me apretaba la estrechez de miras,
ese horizonte tan conocido, y a veces, tan cercano
que no me dejaba crecer y experimentar.
Pensar por mí misma.
Ahora se ha convertido en sitio familiar
donde siempre volver.
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