Navidades con Covid
Comenzamos el mes de diciembre escuchando ecos a lo lejos de ómicron, una nueva variante del Covid. Las noticias que llegaban eran inquietantes tanto por su virulencia para contagiar, como por la forma tan primaria que decidimos protegernos.
Creíamos desde el “primer mundo” que cerrando fronteras a Sudáfrica sería suficiente. Y eso que ya nos rondaba el espíritu navideño, pero no le debimos ver.
Desde esta ingenuidad y egoísmo que nos caracteriza, pensamos que si mirábamos para otro lado, todo desaparecería. Igual que los niños cuando se niegan a escuchar lo que no les gusta y se tapan los oídos, y hasta sacan la lengua. Nosotros hacemos lo mismo, pero circunspectos, sin alardes. Adultos.
Como era de suponer, no fue lo que infantilmente esperábamos. Ómicron se nos coló por debajo de la puerta y llegó hasta la cocina. Sin pudor se sentó en la mesa y ahuyentó al resto de comensales. Le dio igual que fuese Navidad, vacaciones, época familiar.
¡Cuántas personas han tenido que confinarse y pasar estos días solos! Y ya sabemos que la soledad no elegida, duele. Y si ya es impuesta por las circunstancias o el Covid, nunca viene bien. Ningún momento es bueno, para este huésped que nos invade el cuerpo y no sabemos la repercusión que tendrá. Con la idea que nos golpee lo menos posible, porque el sistema sanitario en estos momentos ofrece más desasosiego que calma.
Te sientes sola y encerrada en tu casa, de pronto el calor de nuestro hogar se convierte en prisión estrecha. Te asomas a la ventana y ves como la vida continúa. La gente paseando por la calle, las risas de las terrazas, el sol que no sientes y todo lo que no puedes vivir ni compartir. Y tú en primera fila, pero de espectadora.
El tiempo pasa despacio, ya no te apetece descansar, ni hacer lo que habías dejado pendiente para cuando tuvieras libre. Somos así de caprichosos. Ahora el deseo está puesto en lo prohibido, el resto por momentos, da un poco igual.
Afortunadamente el teléfono existe, las personas que nos quieren, nuestra gente, aparece a darnos calorcito. Y aunque todos tenemos muchas obligaciones y ruido en la cabeza, están cerca, a pesar de la distancia. Suenan llamadas y WhatsApp que rompen el silencio, para hacernos compañía, y a veces, hasta risas.
Las más atrevidas vienen hasta el edificio, te traen detalles repletos de afecto. Dejados en el ascensor, apoyados en la pared. Sin manos que los sujeten.
Y claro que sabemos que es temporal y pasará. Pero no podemos evitar descontar mentalmente días del calendario para salir, aunque luego no hagamos nada especial. Solamente vivir con sensación de Libertad.
Elisa Peinado-Psicóloga en Zaragoza
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