Despidiendo 2020, recordar para no repetir…
Hoy, día 30 de diciembre, penúltimo día del año 2020. No cualquier año, este, que nos ha tocado vivir y malvivir.
Quien nos lo iba a decir que con el mes de marzo, como preludio de primavera, nos llegaría una pandemia. Arrasando lo conocido, lo estable y lo familiar. Al principio casi a tientas, intentábamos cerrar los ojos y convencernos que era una pesadilla. Imaginando que despertaríamos y todo habría pasado. Pero no fue así.
A ritmo de Covid, de miedo, de confinamiento, de calles desiertas y urgencias llenas, fuimos sobreviviendo día a día. Entre las cuatro paredes de nuestros pisos pequeños y oscuros, como nunca los habíamos sentido. Anhelando el aire y el sol. ¿Quién nos lo iba a decir? A nosotros, qué nos creíamos que éramos el centro del mundo.
Hasta que poco a poco, se fueron oyendo rumores que lo peor había pasado. Dejamos los abrigos olvidados en las perchas, la nostalgia de los meses robados, y de pronto, nos encontramos con el calor del mes de mayo. Esperanzados, casi sin tomar contacto con las restricciones, con los duelos fracturados y con la economía hecha añicos, llegamos al verano.
Deseosos de tocar y acariciar, de sentir la tibieza de la piel de los seres queridos, de disfrutar de las vacaciones (que ahora si, teníamos miedo de perder).
Fue un paréntesis, un soplo de aire fresco para respirar profundo. Bicicletas, playas, montaña, pueblos llenos, eso sí, abanderados por mascarillas multicolores. Dando pasos tímidos entre el disfrutar y el cuidarse, el sentir y el proteger.
Y así, sin casi darnos cuenta, la mayoría tomamos contacto de nuestras personas mayores, de los que por momentos habían sido invisibles, ahora les mirábamos con terror a perderlos. Y cómo en todo, a veces se nos fue la mano y elegimos por ellos, dejándoles encerrados. Eso sí, protegidos. Ellos que no entendían, tuvieron que sobreadaptarse.
Igual que nuestros adolescentes, que les cortamos las alas y se quedaron heridos sin poder volar. Y cuando a trompicones hacían algún amago de vuelo urgente e insensato (los que no podían digerir la situación) se estrellaban. Otros intentaban dar ejemplo de cordura.
Cada uno hemos hecho lo que hemos podido. Nos hemos sobreadaptado, enloquecido (nunca las consultas han estado tan llenas de sufrimiento, ansiedad, tristeza, miedo). Algunos no pudieron soportarlo y decidieron poner fin.
Y los más afortunados, día a día, con una buena capacidad de adaptación y gran dosis de resiliencia hemos llegado hasta aquí. Al mes de diciembre, a las primeras vacunas, a un horizonte esperanzador y ya casi escuchando las campanadas de Nochevieja, con el deseo infantil, que todo acabe con este año gris y frío.
Pero todavía nos queda el brindis, el deseo de que todo lo sucedido nos ayude a reflexionar de la importancia de las redes sociales, humanas.
Del sentir el apoyo del otro, aunque no podamos unir nuestras manos.
De que el dinero es necesario para vivir, pero que vivir por dinero es una falacia.
De que lo importante es lo cotidiano, la salud y el vivir tranquilos. Sin mucho ruido, pero con libertad.
Alcemos nuestras copas por los que ya no están, por los que se han quedado sin nada, por los que se han roto por el camino, por los que todavía duermen en bancos y cajeros.
¡Qué este año nuevo nos traiga humanidad, coherencia y sensatez!
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