Corazones desgarrados en la pandemia del Coronavirus
La pandemia del Coronavirus se extiende inexorablemente, aliándose con la muerte y dejando corazones desgarrados a su paso. A lo largo de los días se han ido viviendo situaciones que nos parecían mentira, ni en nuestras peores pesadillas podíamos imaginar todo lo que ha ido deviniendo: confinamiento, incertidumbre, pánico, miedo al futuro, etc.
Sin embargo, por encima de todo el dolor, impotencia y angustia, ha habido algo que nos ha hecho sobrecogernos, el lamento de las personas que han perdido a un ser querido y no han podido despedirse. Gritos desencajados, pero ahogados, porque no pueden ser acompañados por el calor de un abrazo, de una presencia que sostiene y transmite calma
Entre sollozos, impactados cuentan como él o ella, su padre, su madre, su pareja o a su amigo, tuvieron que ser hospitalizados y murieron solos. El terror de imaginar la muerte en soledad. El transitar todo el proceso fúnebre descarnado, en el más absoluto absentismo, sin ritos de despedida, sin manos que acompañan, sin labios que susurran palabras de consuelo. Incapacitados para elaborar un duelo normal. Todo queda congelado para mejores, futuros y difusos tiempos.
Ya no son números lejanos de estadísticas, ni flashes de películas futuristas. De pronto, hemos sentido la sacudida de la realidad golpeándonos con toda su ferocidad. Lo que nos hace cuestionarnos: ¿Qué podemos hacer como personas? ¿Qué podemos hacer como profesionales que somos personas? ¿Qué podemos hacer con nuestro psiquismo comprometido por lo que vivimos? Porque en esto estamos todos. La respuesta es sencilla, ser humanos.
Es importante mirarnos y mirar al mundo, al sufrimiento que produce la muerte cara a cara, sin escondernos y sin negar lo que nos produce. Porque si no somos valientes, permitiremos que nuestras defensas psíquicas campen a sus anchas, negando lo que está pasando, creyéndonos omnipotentes o culpando de todos los males a los otros, quienes sean, poco importa. Sólo cuenta sentirnos liberados, caiga quien caiga.
En toda crisis siempre hay una parte de dolor, de renuncia, pero también de esperanza de reinventarse y de crear a partir de lo dado. No podemos vernos, pero si mirarnos, no podemos tocarnos la piel, pero si rozarnos el alma, no podemos estar en persona, pero si con nuestra presencia.
¿Y cómo estar presentes? Pues como podemos, usando los medios que tenemos disponibles. La cuestión es si somos capaces de tolerar el dolor de la muerte para acercarnos y tener la empatía para acompañar sin invadir.
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