Mucho más que comida
Desde que nacemos, la leche que mamamos de nuestra madre es mucho más que comida. Ese alimento cálido va envuelto en todo un manto de sensaciones que pasan desapercibidas, pero sin embargo son muy importantes. Imprescindibles diría yo, para la buena constitución psíquica del bebé.
¿Quién mira a una mamá y a su nene en brazos (esa dupla hermosa) y no se queda embelesado? Cautivados por esa mirada intensa, por ese tono y cadencia especial de cómo se va gestando esa comunicación entre ambos, para luego poder ser uno. Y volar. Alto, a ser posible.
Llegamos a este mundo desnudos, poco a poco nos vamos llenando con el amor de nuestra madre o de quien hace esa función maternante. Siempre a través de otra persona, que nos ofrece mucho más que cubrir nuestras necesidades básicas.
Y así a ritmo de alguien que nos cuida, sobrevivimos física, y también, emocionalmente. Luego vamos madurando, nos creemos grandes y autosuficientes. Pero en realidad es una pose, a largo de toda nuestra vida iremos mostrando y deseando afecto. Muchas veces hilvanado con disfrute oral.
Cuando preparamos la comida preferida para nuestros seres queridos, ilusionadas. Lo que de normal es una tarea gris y metódica, mágicamente se convierte en un hermoso regalo para disfrutar juntos.
O al quedar en una cena romántica con alguien que nos atrae, y así despacio, entre brillos de copas y tintineos de platos, se van rozando las miradas. Insinuaciones fugaces, pero plenas de intenciones.
Ni que decir de todos los eventos importantes que celebramos mientras comemos y brindamos entre risas. En cumpleaños, aniversarios, confidencias a media voz, tristes o no… Casi todos alrededor de una mesa.
Pero no solo en la presencia, también en los duelos, cuando hemos perdido personas importantes, nos quedan los olores atados a sensaciones de épocas anteriores, los sabores conocidos que no vuelven y los recuerdos llenos de emoción. A fuego lento, ¡cómo siempre cocinabas tú!
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