Nuestra sociedad, caldo de cultivo de violencia
El 25 de noviembre fue el Día internacional de la eliminación de la violencia contra la Mujer. Este año con el COVID-19, si cabe ha sido todavía más cruento, a la sombra de la Pandemia se ha intensificado todo tipo de violencia, sobre todo en los hogares y contra las mujeres.
Desde comienzos de año han sido asesinadas 40 mujeres, según la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. Asesinadas por hombres que se han creído en el derecho de hacerles la vida imposible, y al final, arrancársela. Hombres, que dejaron de ser hombres, y se convirtieron en seres antinaturales. Terribles dioses omnipotentes que creen tener el poder de llevarse una vida por delante ¨porque si no es mía, no es de nadie¨. Hombres que piensan a las mujeres como cosas que ellos poseen, objetos, que están en su poder y las cogen y las dejan, según su gusto. Incluso llegando a la osadía de llevarse por delante a sus hijos, para golpear a las madres en lo más profundo, matándolas en vida.
Pero no nos equivoquemos, para llegar a ese punto de locura, en que la pulsión de muerte campa a sus anchas por esa mente, tenemos que pensar: ¿Qué nos pasa a todos y cada uno como sociedad? ¿A los hombres y mujeres que tenemos la oportunidad de evitar que ocurra una tragedia de estas dimensiones, y sin embargo, permitimos que esto sea el pan nuestro de cada día?
O no somos conscientes, y si lo somos, miramos para otro lado. Sólo me queda pensar que conformamos una sociedad enferma, compuesta de individuos miopes ante el caldo de cultivo que generamos, y que desemboca en estos dramas.
Si partimos desde el origen de la vida, las madres o personas que llevan a cabo la función materna, vientres internos y luego externos, cimientos para la constitución psíquica de nuestros hijos e hijas, junto a los padres (o parejas). Nos podemos preguntar: ¿dónde está a veces el amor y el orden, el afecto y los límites, en miles de actitudes cotidianas en que los hijos prueban y desgraciadamente, a veces, comprueban que somos un sindiós?
La educación no se imparte solo en los colegios, ni la prevención en charlas que se les ofrecen a niños y niñas. El aprehender e interiorizar actitudes, principios y valores, va más allá de lo concreto en lo pedagógico. Va a depender de lo que ven y oyen, a pesar de nuestras palabras adecuadas. En definitiva de la coherencia que les podamos transmitir en lo que sentimos, hacemos y decimos, en cualquiera de los contextos que se van moviendo.
Es importante que estemos atentos a cualquier escena de la vida, por muy pequeña e insignificante que creamos que es. Como por ejemplo, cuando un niño pega a la madre y te encuentras con una sonrisa de ella avalando lo ocurrido, como si no pasará nada ¨son cosas de niño¨. O cuando hacemos diferencias entre los hijos y las hijas, de lo que tienen que responsabilizarse en tareas del hogar, en roles preestablecidos sobre sensibilidad y fortaleza. En definitiva, prejuicios caducos.
Fundamental enseñar a nuestras hijas y a nuestros hijos a que se cuiden, pero no como futuras víctimas de esta sociedad, sino como personas que se respetan y por lo tanto no toleran ser maltratadas en ningún ámbito que viven.
Poder mostrarnos como padres congruentes y así ser referentes para nuestros hijos e hijas, Enseñarles que la dignidad no se pierde nunca, en nombre de nada ni nadie, tampoco del mítico concepto, que es el amor.
Cuantas veces con hechos y palabras, hemos escuchado y presenciado actitudes que chirriaban por todos lados. Chicos y chicas que se dejan mirar el móvil, presionar por como visten o plegarse a un control casi obsceno. Necesitan que les digamos que eso nada tiene que ver con quererse.
Porque el amor no son celos, el amor no es posesión ni control, el amor no son humillaciones, el amor no es agresión física ni mental, el amor no es una infidelidad envuelta en arrepentimiento y lo más importante, que el amor no duele, duelen las personas.
El amor, el real y verdadero, no el de novelas ni películas trasnochadas, sólo comienza si nos queremos a nosotros mismos. Si nos sentimos seguros y seguras internamente, buscaremos que la otra persona nos quiera bien, nos respete, cuide y acompañe.
Qué decir de algunos padres en la adolescencia de sus hijos, cuando sueltan lindezas del tipo que están más preocupados por sus hijas que por sus hijos y por eso, les hacen volver antes a casa. O que sienten un rechazo total por la sexualidad de su hija y se vanaglorian por las conquistas masivas de su hijo. Algo nos está ocurriendo, dejemos que los chicos y chicas vivan su sexualidad, su libertad, su cuidado y sobre todo, permitámosles aprehender de nosotros a ejercer y no perder su integridad.
Y si nos atrevemos a mirar un poco más lejos de nuestra zona de confort, y ponemos el foco en nuestra legislación, la cual tendría que ser una red de cuidado y sostén, nos podemos preguntar: ¿Realmente pensamos que una mujer maltratada si denuncia y se va de su hogar, va a ser protegida y arropada? ¿Y los hombres, no todos, los que son máquinas de matar creemos que se les limita, se les sanciona y se les restringe la libertad, para que puedan tener una idea clara, firme y acorde con los hechos que cometen? Permitidme que lo dude. Ni que decir, de la segunda parte del proceso, en que tanto las mujeres como los hombres, pudieran tener espacios terapéuticos, para no dejarse llevar por la pulsión a la repetición, las que fueron víctimas, para cuidarse y no volver a serlo y los que creyeron que la violencia es el único medio de relacionarse, para elaborar psíquicamente sus severas dificultades mentales y hacerse responsables de sus actos.
Por eso pido, que detrás de la puesta en escena, seamos capaces de mirar detrás de bambalinas, y cada uno, desde nuestra honestidad pongamos un granito de arena. Intentemos ser consecuentes y trascendamos esta sociedad enferma y de doble discurso. Permitamos que nuestro hijos e hijas vivencien e interioricen lo que es la dignidad (la que nunca se pierde por nada ni nadie) y el respeto tanto a uno mismo, como al otro.
Elisa Peinado-Psicóloga en Zaragoza
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